La alegría corporativa-empresarial (o porqué no gubernamental) busca generar la sensación positiva donde todos somos felices y estamos contentos, y cuando alguien se atreve a cuestionar este clima impuesto desde las autoridades (autoritarias) es un ser extraño que debe ser expulsado.
Casi como si viviésemos en Un Mundo Feliz la alegría es la norma ante cada situación, la reacción ante cada imprevisto, la forma de sortear cualquier obstáculo, pero detrás de esto hay algo muy triste: una falsedad inconmensurable de no poder mostrarse quién es uno realmente, cuando uno está triste, cuando uno está alegre, cuando uno tiene bronca, cuando uno quiere llorar.
Lejos de ser algo negativo, la crítica es sumamente positiva. Porque muchas veces es signo de honestidad. Cruel, soez y muchas veces poco asertivo y con severos problemas de comunicación y empatía emocional, pero honestidad al fin.
Sin crítica no hay avance, ni crecimiento, ni observación de otro punto de vista. La revolución de la alegría o la alegría continua solo busca hacer lo que el Señor Alegre quiere que hagamos y el (o ella) nos dice que es alegre y que no lo es.
Cuando en la empresa donde trabaja le pidan que sea alegre, pregúntese si ese es realmente su sentimiento o es el que le piden que tenga (de forma más o menos coercitiva).
Para bien o para mal, no podemos estar siempre alegres, y si lo estamos algo mal esta pasando.